Ayer murió Sérgio Sant'Anna, al que conocà en virtud de la amistad que el tenÃa con Julia Tomasini. Por entonces Sant'Anna era uno de los nombres en consideración para continuar con los documentales sobre escritores brasileros que comenzó con el rodaje de una biografÃa parcial sobre Adriana Lisboa en Denver, en el invierno del 2012. La idea era por demás atractiva, Sant'Anna encarnaba un mito viviente, una suerte de oráculo.
El encuentro tuvo lugar en su minúsculo departamento, en una torre entre otros palomares¡s no muy distantes de la zona turÃstica. Con Julia esperamos un rato largo a que atendiera el portero eléctrico. Finalmente sonó la chicharra y empezamos a desplazarnos dentro de aquel mausoleo de pasillos angostos. Por un momento tuve la sensación de estar abriéndome camino en las entrañas de una pirámide. Digo, pasillos angostos como para que los gordos queden atrapados, angostos y recubiertos de azulejos como los corredores de un hospital en las pesadillas de mi infancia. De repente dimos con las escaleras y un elevador. Para entonces habÃa comenzado a sudar frÃo, a sentir que tenÃa que controlar el ataque de pánico. Julia me pregunta si me pasa algo, digo que no, que si, que a lo mejor.
El ascensor era minúsculo, ruidoso. Pienso que Sant'Anna rara vez deja su departamento, pienso que los muertos rara vez se ausentan de sus mausoleos. Finalmente, el piso esperado, y otro pasillo mÃnimo del que espero librarme llegando a la bóveda de Sant'Anna, a su nicho urbano. Se escuchan pasos, veo el blanco del ojo por la mirilla. El escritor abre la puerta que invita a un escueto salón con una ventana dominada por el Cristo Redentor del Corcovado.
_ ¿Todo bien?, pregunta Sant'Anna.
Le digo que sÃ, pero que estaba un poco impresionado por la presencia de aquella figura tan cercana. Le pregunto si no se siente intimidado por la mirada de un Cristo desproporcionado. Sant'Anna sonrÃe, me toma el tiempo, la presión el pulso. Empezamos mal.
La charla fue difÃcil, alcancé a tomar algunas fotografÃas, no muchas. QuerÃa llevarme algunos retratos porque sabÃa que no habÃa ninguna posibilidad de que volviera a ese reducto. Espera salir con vida, contener el pánico hasta llegar al hotel, o a la playa. El resto de la conversa fue crÃptica. Creo que no estuvimos cómodos, que él debió preguntarse para que habÃa venido a verle, y yo me hacÃa la misma pregunta. Nunca estuve tan cerca de la muerte como aquella tarde en el sarcófago de Sérgio Sant'Anna.
Hoy me entero de su segunda muerte, un virus, el mismo que nos tiene a todos acorralados en los escuetos pasillos de la monotonÃa. Me pregunto cómo habrán hecho para sacar su cadáver de aquel lugar tan Ãnfimo, si caso debieron haberlo bajado por la ventana bajo la mirada del Redentor. Julia me dice que no, que murió en el hospital.